Crónica de un secuestro XXIII

Desheredados 

Por Alvaeno Alvaeno

 


"Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia,
sino al servicio de quienes la padecen".

"Una prensa libre puede ser buena o mala,
pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala".
 

"Toda forma de desprecio, si interviene en la política,
prepara o instaura el fascismo".

Albert Camus.

 

Dedicado a Amal y a Rital*


Amal se encontraba en la cocina preparando el desayuno para su hija Rital y para ella cuando vio pasar una especie de sombra por la ventana que daba al ojo de patio de aquel edificio de apartamentos de catorce plantas en el que vivía junto a su hija desde hacía un año. Segundos más tarde escuchó el zumbido que produjo algún objeto al caer, sonido que retumbó en aquel patio como una bomba y recordó cuando en Damasco comenzaron las bombas a caer destruyendo gran parte de la ciudad, y lo que vino después.

Movida por la curiosidad se acercó a la ventana para ver qué es lo que había sucedido, <<sin duda la sombra que había visto, debía ser el objeto que acababa de estrellarse sobre las baldosas de aquel patio>> se dijo mientras abría la ventana para asomarse, y en ese preciso instante sonó su teléfono, y como llevaba un mes esperando la llamada de los servicios sociales que le habían prometido que en el momento en que tuvieran alguna ayuda para ellas la llamarían, fue a coger el celular dejando la ventana abierta, pero sin haberse asomado para ver qué había ocurrido.

Pulsó el botón de descolgar, efectivamente la llamada venía de los servicios sociales para informarle de la situación en la que se encontraban, la asistenta primero le dio los buenos días para decirle después: <<Estamos saturados de trabajo con esta crisis sanitaria, no podemos atender a todos, y además están los políticos que no cesan y usan esto para sacar réditos electorales y desbancar al gobierno, las ayudas están detenidas por el momento, aunque el gobierno central ha dado su visto bueno aprobándolas, pero como en esta comunidad gobierna la oposición, ésta ha paralizado, de momento, la concesión de las ayudas. Ahora tendremos que esperar, porque no pueden mantener esa postura mucho tiempo, la gente está pasándolo mal, ya no sabemos qué hacer para que todas las personas que están en situación grave reciban lo que merecen...>>. Amal no dijo nada, un hondo suspiro salió de sus entrañas, qué iba a hacer si ya no tenía para comprar comida, <<no te preocupes Amal, te daremos uno de esos cheques para que vayas a recoger comida>>, dijo la asistenta con la mejor intención que podía tener, la misma bondad y generosidad de aquella asistente social que llevaba años haciendo su trabajo lo mejor que podía a pesar de las trabas que solían poner los de arriba.

Rital se acababa de levantar y llegó hasta la cocina en la que estaba su madre intentando no dejar caer sus lágrimas de desesperación, entre otras cosas para que ella, su hijita de trece años no la viera llorar, pensaba Amal que eso aliviaba el sufrimiento de la niña con la que había salido de Damasco huyendo de la guerra para encontrar a su marido y a la familia de éste en España, a donde habían llegado de forma escalonada todos ellos, pero ocurrieron muchas cosas para que ella y su preciosa hija estuvieran como estaban, solas y sin recursos para salir adelante, porque sin trabajar no había ingresos, y Amal llevaba dos meses sin trabajo debido a la epidemia y al confinamiento, y ahora no quería abrirle la puerta a la desesperación porque es esta una mala consejera y uno no sabe nunca qué actos puede llegar a realizar una vez la misma campa a sus anchas por los pensamientos y la realidad nos sacude de un modo brutal.

-Buenos días mamá- dijo Rital acercándose a su madre para besarla.

-Buenos día mi cielo –respondió Amal, mientras escuchaba a la asistente que le decía que volvería a llamarla al día siguiente para concretar lo del cheque para comida. Rital al ver la ventana abierta atraída por los gritos que venían del patio y por esa inercia que todos tenemos y que llamamos curiosidad se acercó para ver qué ocurría, y un grito salió de lo más hondo de su cuerpo y corriendo fue a abrazar a su madre sin poder expresar con palabras lo que acababa de ver.

Quince o veinte metros más abajo sobre el embaldosado del patio, de aquel patio de vecinos que servía como ojo de luz, y como tendedero de todos los apartamentos interiores, yacía el hombre que se acababa de tirar desde el octavo piso, era Juan, el que poco tiempo antes se hacía aquella pregunta: <<solo es cuestión de tiempo>>.

Amal al ver la cara descompuesta de su hija no dudó en mirar por la ventana para descubrir qué era lo que su hija había visto, y la había dejado en estado de shock. Amal retuvo el grito que pugnaba por salir, Rital abrazada a ella rompió en llanto, sí, era Juan, aquel vecino amable que tantas veces les había ayudado e informado de cómo gestionar las cosas, sí, Juan, la sombra que acababa de ver minutos antes de que sonara su móvil y la asistenta le diera la mala noticia de que la ayuda tardaría en llegar, y sí, tendrían el cheque de comida, pero la comida a veces no lo es todo.

Amal era catedrática en la universidad de Damasco, estuvo dando clases de filología árabe e inglesa en dicha universidad, pero tuvo que huir de la guerra para evitar la muerte, su marido había llegado seis meses antes a España, y cuando ellas llegaron lo encontraron con otra mujer, pero para que se cumplieran las leyes sobre paternidad, en Siria, existe el divorcio, pero la madre no puede quedarse con los hijos si se va de casa, es el padre el que se los queda, y Amal para no perder a su hija, aceptó las condiciones que Samir, le imponía, hasta que no lo soportó más y se fue llevándose a Rital, comenzó a trabajar limpiando casas, echando horas fregando en bares y en hoteles, hasta poder conseguir sus papeles, y de eso hacía casi un año y cuando ya estaba a punto de conseguirlo se vio atrapada como miles de personas en su casa por aquella pandemia, los pocos ahorros se habían esfumado, y ya no quedaba otra que la ayuda social, pero esta no llegaba, y pensó en Juan, en el vecino que había decidido saltar para poner fin a sus penalidades, él no vio otro camino, y saltó al aire cayendo como un pájaro de plomo.

Esa mañana el desayuno se quedó sobre la encimera de la pequeña cocina, madre e hija se refugiaron en el abrazo, que como todos sabemos consuela, y acurrucadas en el sofá cerraron los ojos, quizás para soñar con un futuro mejor, o quizás para no ver la cruda realidad que se cernía sobre sus cabezas como un buitre en espera de engullir los despojos de un cadáver.

Salve, César, los que sufren ya no te saludarán jamás.

*Este artículo-relato está dedicado a Amal y a Rital, dos bellas almas que tuve la suerte de conocer cuando llegaron a España, y de las que a día de hoy no sé nada, porque desaparecieron y a pesar de que he estado buscándolas no he podido dar con su paradero. Espero que a ellas no les ocurra lo que a los personajes de este relato.

Gracias Amal y Rital por aquel bello tiempo que compartimos, estéis donde estéis, espero que os vaya bien.

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