Crónica de un secuestro XXII

Be Free

Por Alvaeno Alvaeno

 

 

Cuando te encuentres en el lado de la mayoría,
es momento para parar y reflexionar.

Mark Twain

 


Eran las seis de la mañana, llovía con esa cadencia abrumadora que tiene la lluvia en primavera; el despertador sonaba y parecía hacerlo desde un mundo muy lejano.

Juan despertó malhumorado como solía hacerlo desde hacía algún tiempo, justamente desde que cualquiera de sus movimientos era registrado por aquella maldita aplicación que tanto a él como a los demás les habían obligado a tener con el supuesto fin de controlar la expansión de un maldito virus.

<<Era cuestión de tiempo>> pensaba dirigiéndose hacia el baño, <<sí, es cuestión de tiempo>> se repetía la frase con la misma cadencia de la lluvia que desde hacía dos meses no cesaba, parecía que todo estuviera ocurriendo sincronizado por algún mecanismo desconocido, una artefacto que todo lo controlaba, desde el primer día en el que millones de personas fueron sometidas a un confinamiento “voluntario”, la lluvia había venido, de algún modo para consolarlos, a él y a todos, como si el mal de muchos no fuera el consuelo de los tontos.

<<Solo es cuestión de tiempo>> se volvió a repetir Juan mientras se introducía en la ducha haciendo de aquel momento un ritual, como una ceremonia que le diera sentido a aquella vida en la que había quedado atrapado luchando para no caer en la idiotez supina de aquellas frases de las que huía como un condenado: “mal de muchos consuelo de tontos”, “al mal tiempo buena cara”. “lo importante es que estamos vivos”, “juntos lo paramos”, “quédate en casa”, “lo importante es que estamos vivos”...

El agua fría de la ducha le excitaba de algún modo y su piel sentía la confrontación del frío y de su calor interno; cerraba los ojos y los recuerdos se agolpaban en su cabeza, galopaban como caballos salvajes, ya no recordaba cómo era un beso, ni un abrazo, ni el olor de otra piel, ni el tacto de una caricia, ni el sabor ni el aroma del sexo, todo parecía haber sido desterrado de su vida, dejando su cuerpo aislado de todo aquello que realmente era la vida.

<<Solo es cuestión de tiempo>> volvió a repetirse de nuevo, la lluvia y el agua de la ducha parecían venir de un mundo muy lejano, una pasado en el que habían quedado todas las cosas que lo hacían humano, y ¿qué era ahora en aquella prisión voluntaria, tras dos meses de cuarentena, reprimiendo todos los deseos, sin la cercanía de otro ser humano? <<No soy nada>> se dijo saliendo de la ducha y enfrentándose a su yo en el espejo, ¿quién era aquel hombre? Ya no era el mismo, habían cambiado tantas cosas en tan poco tiempo que le era muy difícil asimilarlo y las preguntas en tropel saltaban como ranas en un lago. <<¿Qué es la vida sin los cinco sentidos? ¿Qué es la vida entonces si para salvarla, o salvar la de otros, todos tenemos que vivir sin vida? ¡Qué paradójico es todo esto!>>.

<<Sí, es cuestión de tiempo, solo es eso>> miró a aquel otro ser que le devolvía la mirada desde el espejo, aquel ser con ojeras, esas bolsas de color violáceo que los insomnes muestran como secuela de su desidia. La noche es un monstruo que devora las horas y el insomne camina por ellas como un faquir camina por un lecho de cristales rotos. <<Sí, solo es cuestión de tiempo>>, volvió la frase a caer con todo su peso, y en el espejo, el otro dejó de ser aquel que en otro tiempo fuera para convertirse en el autómata en el que las circunstancias lo habían convertido, aquella dictadura “blanda”, que había comenzado con aquel virus. 

Salió del baño desnudo, hacía tiempo que la ropa la usaba solo para salir, los días que le tocaba hacerlo según el programa emitido por el gobierno, se dirigió a la cocina, puso la cafetera sobre el fuego, el aroma del café le trajo más recuerdos, últimamente el pasado se abría paso a cada segundo por su mente como un fantasma, aquel pasado, solo le quedaba el recuerdo, porque el presente estaba secuestrado, y el futuro, el futuro era la esperanza de escuchar en la radio o en la televisión, o leer en Internet que el gobierno levantaba el Estado de Alarma y que ya se podría ser libre, pero eso era solo una ilusión, porque no sabía Juan, al igual que la gran mayoría, que su libertad ya no volvería a ser la que recordaban, pero aquella privación de libertad se hacía por el bien de la humanidad, <<qué inteligencia en el manejo del lenguaje>> se decía Juan mientras miraba por la ventana de la cocina hacia el patio interior al que daba su pequeño apartamento. Encendió un cigarrillo, puso la radio y volvió a repetirse <<solo es cuestión de tiempo, sí, solo es eso>>.

En la radio se repetía el discurso de cada mañana desde hacía dos meses como un mantra. <<Sí, solo es cuestión de tiempo>>, volvió a repetirse la frase en su cabeza, la cafetera silbó anunciando que el café estaba listo, Juan se sirvió una taza de humeante café y el aroma de éste le recordó a qué sabían los besos por las mañanas cuando ella todavía estaba allí.

Qué es la vida sin abrazos, sin besos, sin sexo compartido, no ese sexo virtual, sin calor del otro cuerpo, sin el sabor de los labios del otro, qué es la vida sin un te quiero dicho en la comisura de los labios, qué es la vida sin la duda, sin las preguntas, sí todo era cuestión de tiempo, pero ¿cuánto tiempo? 

En la radio sonaba la voz engolada de la ministra de salud, a Juan le pareció escuchar que decía que muy pronto todos podrían ser libres, pensó que solo había creído oír aquellas palabras, pero ¿a qué tipo de libertad se refería aquella voz? Probablemente no era la libertad que Juan había conocido dos meses antes de que comenzara aquella dictadura blanda, que poco a poco fue endureciéndose, porque cada día daba un paso más hacia la privación de cualquier derecho y de cualquier libertad de los seres humanos que de momento aceptaban estar perdiendo todo por lo que sus padres y abuelos habían luchado tanto, como niños pequeños, una sociedad inmadura que pedía la protección del Estado, y que obedecía sin dudar lo que este les recomendaba con la velada y sutil manera de imponer su voluntad.

<<Sí, solo es cuestión de tiempo>>, volvió esa frase a retumbar en la cabeza de Juan, apagó el cigarrillo, tomó un último sorbo de café, abrió la ventana, intentó recordar cómo era un beso, y el último beso se desmoronó tras él. Solo se escuchó un golpe seco que retumbó en todo el hueco del patio, la voz en la radio seguía con su cantinela: esto lo paramos juntos, quédate en casa, por tu salud y por la de los demás...

Salve, César, los que murieron ya no te saludan. Nuestro homenaje y aplauso para ellos, que han sido las víctimas de esta barbarie.

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