Crónica de un secuestro XXIV

La niebla                                   

Por Alvaeno Alvaeno

 


Nuestra pasión es rozar el borde vertiginoso de las cosas.
Sigue siendo lo que ha sido siempre:
el límite estricto entre lealtad y deslealtad, fidelidad e infidelidad,
las contradicciones del alma.

Graham Greene

 

Camilo está en la ducha cuando escucha el estruendo que se ha formado en el patio, él deja siempre la ventana del baño entre abierta porque tiene fobia a la niebla, y para él el vapor de agua que se produce por el agua caliente le trae malos recuerdos, por eso siempre deja la pequeña ventana abierta, pero no totalmente, solo una rendija por la que según él se esfumará esa maldita niebla. Su fobia se remonta a años atrás cuando una noche de invierno quedó atrapado en una carretera de montaña sin poder seguir adelante, pero tampoco sin poder dar vuelta y regresar al lugar del que aquella tarde había salido. Seis horas tuvo que estar metido en su coche en aquella tiniebla, sin saber cuándo podría escapar de allí, y sin la esperanza de que pudiera aparecer algún vehículo, ya que era imposible moverse, la niebla era tan espesa que apenas se veía a cincuenta centímetros.

Salió de la ducha secándose rápidamente porque debía haber ocurrido algo grande en el edificio y como él era el portero, que debemos decir el único que había quedado en todo aquel barrio periférico de aquella mega ciudad, y tal como estaba escuchando el griterío lo que fuera que hubiera ocurrido había tenido que ser en el patio, y él era el único que tenía la llave, circunstancia que le sometía a veces a situaciones comprometidas, era un hombre tímido y lo pasaba muy mal cuando a alguna vecina se le caía la ropa interior al patio al descolgarse de sus tendedero, y él tenía que entrar y coger aquellas braguitas, aquellos sujetadores, en la mayoría de los casos casi en su más mínima expresión de tela, y se preguntaba cómo será el cuerpo de la que portaba aquellas prendas, y según su condición de católico practicante y de misa diaria, aquello eras toda una perversión, era un hombre que todavía seguía añorando a su amado líder, de hecho portaba un bigote al estilo del dictador y se había afiliado a las filas de un partido de ultraderecha, cosa que era incoherente porque él, Camilo Gómez Pérez, era uno de los excluidos de aquel sistema atroz que los estaba matando. Pero Camilo eso no lo veía y creía con los ojos cerrados en que aquel partido salvaría a la patria y a los españoles una vez entrara en el gobierno, bien por los votos bien por las armas.

Se vistió a toda prisa y salió de su pequeño apartamento, bajó en el ascensor y para cuando había llegado a la planta baja ya se encontraban allí los efectivos de emergencia y la policía local que al verlo le exhortaron a que abriera la puerta del patio inmediatamente. Sudoroso y con el corazón acelerado se dirigió encabezando la comitiva hacia la puerta del patio, abrió la puerta y al punto de hacerlo fue empujado por uno de los agentes dejándolo a un lado porque Camilo había quedado petrificado al ver el cadáver del vecino Juan, estampando, nunca mejor dicho, por grotesca que pueda parecer esta descripción, sobre el suelo embaldosado de aquel patio interior al que se asomaban todos los vecinos desde sus ventanas de cocina, todos, menos una, y esa era Amal, que en ese momento se abrazaba a su hija Rytal para consolarse no solo de lo que habían visto sino de lo que les deparaba el futuro, porque ni ella, ni Camilo, ni ninguno de los que se asomaban para ver lo que había ocurrido intuían que el futuro de todos ellos estaba en peligro, pero lo peor era que tampoco sabían que a miles de kilómetros de allí un filántropo había decidido reducir la población mundial mediante un plan no solo macabro sino maestro, porque el programa que había preparado vendía todo lo contrario a lo que promulgaba en él. El altruismo de aquel hombre que creía que de algún modo él debía de ser el nuevo mesías, al menos en su pensamiento mesiánico tenía la absoluta confianza inmotivada o desmedida que él era el bienhechor que se esperaba, y en su perversión había decidido definir a todos aquellos seres marginales o más bien marginados del sistema, sobre todo en barrios obreros y periféricos en los que el paro y la pobreza eran el pan de cada día, como “mala hierba”, o en su acepción en inglés “weed people”, gente desechable que había que eliminar, sobre todo para evitar, según, como hemos dicho, el pensamiento mesiánico del filátropo, la superpoblación, y para ello había creado junto a otros poderes aquel programa o aquella agenda llamada 2030, en la que para el dos mil treinta debía existir un control total y absoluto sobre cada ser humano, y para ello estaba dispuesto a implantar en cada uno de ellos un chip que los iba a controlar por completo y estaba convenciendo a la mayoría de los ciudadanos del mundo porque el eslogan que usaba era el de “Cuidar de la salud de todos los seres humanos sin dejar a ninguno fuera”, su plan era vacunar a más de siete mil millones de personas, introduciendo a través de estas vacunas el chip dentro de cada cuerpo, así el individuo estaría controlado todo el tiempo y sería eliminado todo aquel que no cumpliera las expectativas. El padre del filántropo en cuestión había fundados años atrás una organización para llevar a cabo la eugenesia en el mundo, y ahora el relevo lo había tomado él, pero Camilo no sabe nada de esto, y solo cree en lo que dice la tele, y al igual que él un noventa y cinco por ciento de los ciudadanos también.

El equipo de emergencia se acercó al cadáver de aquel hombre que minutos antes de saltar, como ya se ha dicho en anteriores artículos-relatos, se hacía la pregunta de <<Solo es cuestión de tiempo>>.

Camilo estuvo todo el tiempo que tardaron en sacar a Juan de allí, en estado de shock y fue uno de los policías el que lo sacará de su estado cuando le dijo:

-Vamos a precintar el patio, hasta nueva orden no se puede acceder a él.

Y Camilo solo pensó en qué iba a ser ahora de las braguitas, los sujetadores que cayesen desde arriba como pájaros sin alas como había caído Juan, pero para Camilo Juan era otra escoria de esas que había que eliminar, y es que tan peligroso en un idiota como un filántropo  estúpido y creyendo que es dios, ambos, Camilo y el filántropo son personajes que no dudarían en apretar el gatillo para exterminar a esos que ellos consideran ,el segundo “wee people”, y el primero, nuestro portero de ultraderecha, mala hierba.

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Salve, César, los que sufren ya no te saludarán jamás.

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